lunes, julio 25, 2005

Otra noche de insomnio



Me muevo inquieta; giro, giro y no consigo encontrar la posición adecuada. Miro el reloj, son las seis de la mañana. Giro la cabeza y ahí está, durmiendo en un colchón en el suelo. Le tengo tan cerca y a la vez tan lejos. Observo como duerme, como respira; intento imaginar qué estará soñando, si es que sueña...
Vuelvo a cambiar de posición y miro hacia el techo. Una clara luz atraviesa las rendijas de las persianas bajadas. Gràcias a ella veo practicamente todo lo que hay en la habitación. Un juego de sombras inunda la estancia. A mi lado, Laura respira con dificultad; no creo que haya sido buena idea irse a la cama con el pelo mojado. Cierro los ojos y como si de una película se tratase, pasan por mi mente imagenes de la noche.
La diez menos diez. Sentada en el sillón espero con impaciéncia a que llegue. Odio tener a mi padre al lado recordándome que el concierto empieza a las diez y que, por tanto, llegamos tarde. Suena el móbil. Está por llegar así que bajo a esperarle en la calle. En mi barriga, arremolinados, los nervios no me dejan estar tranquila. Le veo aparecer... sentado en ese coche parece dos años mayor. Me sonríe y me apresura. Subo y me abrocho el cinturón. Está tan guapo... lleva una camiseta de un amigo, y un palestino al cuello que le da un aire desenvuelto; ya hace tiempo que no va a la peluqueria y el pelo le cae por la frente desigual, me encanta el aspecto que le da. Le devuelvo la sonrisa y empezamos a hablar. El viaje se me hace eterno, supongo que por los nervios de estar a solas con él, aunque no sea la primera vez. Le veo nervioso; estoy segura de que lo está, pero no puedo figurar un porqué. Dudo que sea por el concierto; quizás porqué llegamos tarde; o incluso se debe a que es la primera vez que le veo conducir. Tanto da.
Llegamos. El concierto ha empezado, pero aún así nos dejan entrar. Nos sentamos, y nuestros oidos se dejan inundar por el jazz. Veo en sus ojos un brillo especial, sé que aquello le gusta. Aún así, a las dos canciones veo que esa emoción desaparece de sus ojos, que se cierran cada cinco minutos. Me apena que el concierto sea justamente hoy: solo ha dormido una hora y media y ha estado todo el día trabajando; supongo que en otra situación hubiera disfrutado más de un concierto tan especial.
Nos vamos antes de que acaben de tocar, para evitar encontrar colas al salir del aparcamiento: unos amigos nos esperan. En el coche, le observo: intenta que no nos quedemos en silencio en ningún momento. Creo que piensa que sería bastante incómodo. Se lo agradezco siguiendole la corriente. En el trayecto se muestra más activo, se le está pasando el cansancio.
Una hora después estamos bebiendo y bailando al son de un grupo de música bastante estrafalario vestidos con trajes vistosos y ataviados con pelucas. Material Girl, Hace calor, Flash Dance, I will survive... su repertorio es muy variado y a su vez divertido. Las horas pasan, la tasa de alcohol en nuestra sangre aumenta; todo va sobre ruedas. Reímos mucho, bailamos y todos estamos bastante felices. Georgina está cansada de haber trabajado, pero aún así aguanta activa hasta las 3.
Ester ha de irse, así que la acompañamos a esperar a sus padres. Al cabo de diez minutos la llaman para decirle que ha habido un accidente en la carretera y se retrasaran. Volvemos a la fiesta para no esperar en la calle. Los conciertos se han acabado y empieza la fiesta de la espuma. Solo Laura y yo nos mojamos. Es una sensación estraña, como de frío, pero sin tenerlo. Volvemos con los demás, que están sentados en la salida, bastante apagados. Él vuelve a estar cansado, sus ojos vuelven a cerrarse cada dos por tres. Le acaricio la cabeza; me encanta sentir su pelo entre mis dedos. Cuando me canso, juego con la espuma que ha quedado en mi pantalón. De sorpresa, me coge espuma de mis manos y juega el también. Le sonrío... parece estúpido que sólo con tocarme la mano consiga hacerme feliz.
Ahora estirada en la cama, me parece estúpido recordar esos pequeños incidentes. Dicen que al estar enamorados le damos importància a cosas que no la tienen. Una sonrisa, una mirada, un gesto... Pero qué más da? Si somos felices...
Vuelvo a girarme de lado, aún buscando la postura adecuada para conciliar el sueño. Le observo de nuevo. Me invade un extraño sentimiento maternal y sin siquiera pretenderlo, aquella imagen me arranca una sonrisa. De repente, él se levanta y permanece sentado. Entrecierro los ojos, y sigo sus movimientos. Se levanta y estira las piernas. Mueve el ombro... supongo que estava durmiendo en una mala postura. Sale de la habitación para ir al lavabo. Cinco minutos después está de vuelta. Sigo observandole con los ojos entreabiertos, estoy de espaldas a la luz así que no puede ver que le miro. Se vuelve a estirar y en menos de un minuto vuelve a sumergirse en el mundo de los sueños.
Vuelvo a mirar hacia el techo pero esta vez cierro los ojos. Dejo que su imagen me inunde; me relajo. Necesito dormir... dejar de pensar... Bostezo. Minutos después me sumerjo yo en aquel mundo.

Laia


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